HISTORIA Y VALORES. LA ESTELA DE AGIRRE

Esta mañana Euskadi ha saldado una deuda que, inexplicablemente, seguía pendiente. Hoy se ha desarrollado un acto institucional que ha cerrado en términos simbólicos y emocionales el círculo que hace 72 años comenzó a trazarse en Gernika cuando José Antonio Agirre fue elegido primer lehendakari de Euskadi. Felicito en primer lugar a la presidenta del Parlamento Vasco Bakartxo Tejería como primera responsable de la organización del acto que hemos vivido esta mañana en la que la hija del lehendakari ha recibido la insígnea que reciben todos los parlamentarios, en la que documentos y objetos de honda significación histórica han quedado depositados para siempre en esa casa de todos que es el Parlamento vasco. Un acto en el que, de alguna manera se han unido simbólicamente aquella asamblea de alcaldes de la que acabó saliendo la elección de Agirre con la cámara legislativa que representa hoy a la ciudadanía de Álava-Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.

Agirre fue lo que hoy llamaríamos un estadista, un líder natural que con 38 años fue capaz de aglutinar profesionales de primera fila y de un amplio abanico ideológico en la mesa de consejos del primer gobierno de Euskadi. Era un progresista admirado por sindicalistas y líderes socialistas por su andadura como patrón de chocolates bilbaínos (CHOBIL) en donde había empleo con derechos y mucho más que palabras, hechos, consideración hacia lo que hoy sabemos que es la base de cualquier empresa: las personas que la forman. Agirre era además un hombre de paz, de consenso, un muñidor de acuerdos que nunca perdió de vista lo principal: las personas para las que gobernaba.
Escuchar su voz hoy en el Parlamento vasco efectuando su descargo en el primer congreso mundial vasco, recordando la epopeya de aquellas personas que crearon las modernas instituciones vascas ha sido muy emocionante. Escuchar a su hija Aintzane reivindicando aquella trayectoria, toda una lección. Porque además de historia ha hablado de valores de los fundamentos de vida que recibió en casa de una persona excepcional. Ver allí a todos los lehendakaris:  Garaikoetxea, Ardanza, Ibarretxe, López y Urkullu y comprobar que todos sentían el peso de la responsabilidad y la satisfacción de haber recogido el testigo de una aventura tan apasionante, me ha recargado las pilas de energía e ilusión.

 

Al igual que las medidas palabras del actual lehendakari tan capaz para ese trabajo silencioso y discreto que acaba con acuerdos como los que están viendo la luz estos días. Esa concertación que nos pide más que nunca hoy la ciudadanía que si algo no quiere es vernos discutir mientras el barco enfrenta una tormenta de las importantes.Sentirse participe de ese trabajo, de construir una sociedad, un país desde ese conjunto de valores humanistas que comparto es uno de los objetivos más nobles a los que uno puede dedicarse.

Desde hoy en la sala noble del Parlamento Vasco hay un testimonio permanente, en forma de documentos, fotografías y algunos objetos históricos del origen dramático, difícil, incierto, de las modernas instituciones del país. Aquellas imágenes, aquellos objetos, reafirman que los valores de Agirre además de nobles son útiles. En aquella tierra horrorizada por la guerra pocos apostaban que la semilla que Agirre y sus seguidores sembraron en Gernika junto al milenario roble que simboliza nuestras libertades fructificase. La amenazaban, la axfixiaban, la guerra, la violencia de una dictadura cuyas secuelas se revuelven, a veces, espoleadas por la falta de verdad y de memoria. Hoy somos más país que entonces. Por eso nadie duda de que, por esa vía y con esos valores, acabaremos llegando donde necesitemos y queramos.

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